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LA PROMETIDA

Estuve casi toda la tarde observàndo el volar de las gaviotas desde el madero. Tenìa una ansiedad exorbitante causada por la mala espera de la retrasada embarcaciòn que me recogerìa para cruzar el mìstico y peligroso Pacìfico. Esta era la aventura de mi vida, y lo sabìa de antes. Desde pequeño siempre sentì curiosidad por el comportamiento de los distintos océanos, por còmo operar un buque y por conocer otras tierras con sus extraños. Ya estaba listo para ello, y cabe mencionar que en la escuela de marineros era un aprendìz distinguido. Finalmente mi dìa habìa llegado y en el madero, en el muelle nùmero 3, sentìa tantas emociones encontradas que mis ojos humedecìdamente agradecìan a la vida mientras miraban una gaviota que me sobrevolaba. Pero la desconsiderada sobre mì blanco uniforme descargò su excreta. - ¡Maldita sea! - exclamè mientras tensionaba todos mis mùsculos. Para un marinero llevar sucio un uniforme no solo es una vergüenza, sino màs bien es una deshonra. Y màs aun mi primer dìa abordo, en el cual serìa presentado a toda la tripulaciòn de buque y en el cual finalmente conocerìa mi Capitàn. Y todos ellos se reirìan de la excreta en mi uniforme, y quizàs me sobrenombrarìan aludiendo a ello. Eso no podìa ocurrir. Agarrè mi equipaje y corrì a toda prisa hacia la avenida Ocèano en busca de cualquier restaurante poseedor de sanitarios para poder limpiar mi honor. Los primeros dos restaurantes no poseeìan tales serviciòs, el tercero sì pero no podìa usarlo sin ser cliente. Asì que comprè una botella de Coca-Cola y entrè al cuarto de Caballeros. Despuès de luchar varios minutos discretizando esa mancha emprendì marcha en direcciòn al embarcadero. En la distancia podìa ver mi barco en el muelle, y corrìa aun màs ràpido. Mientras màs me acercaba podìa apreciar sus infinitos detalles, su magnitud, su perfecto diseño y podìa leer su nombre: LA PROMETIDA. Làgrimas corrìan por mi rostro, era este mi destino, y lo tenìa justo frente a mì, esperàndome. Ya casi llegaba al muelle nùmero 3 cuando notè que el buque ya zarpaba. Corrìa mientras gritaba - ¡Esperen por mì! - con el corazòn en la voz. Gritè, gritè y volvì a gritar en el muelle nùmero 3, pero no fue suficiente para detener el buque en el cual suponìa yo estar. El viento empujaba las velas de la embarcaciòn, la que cortaba el mar como navaja. Yo no no sabìa còmo reaccionar. Yo no sabìa què hacer o con quièn hablar: me quedè completamente inmòvil y el silencio penetrò mi propia esfera. Simplemente permanecì observando el barco perderse en el sol, astro que se perdìa en el horizonte.

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